Caminando por el barrio Caicedo algo llamó mi atención, un pequeño hombre con ropas harapientas daba órdenes autoritariamente a varios habitantes de la calle, un tono de voz fuerte retumbaba permitiéndome escuchar claramente lo que decía, “usted le toca pelar las papas, la negra desorganizó el cambuche y tiene que organizarlo” el lugar donde se encontraba es un parque llamado Santa Elena, frecuento este sitio para distraer y evitar el estrés en mi perro de raza Bulldog, decidí acercarme, lo primero que noté fueron sus orejas torcidas debido algún problema de nacimiento, una gorra deshilachada del Atlético Nacional cubría la cabeza, poblado bigote ocultaba el  labio superior, una camisa sin abotonar mostraban huesos aferrándose a la piel, una piel que parecía la cárcel de una estructura ósea con deseos de salir de ese cuerpo trajinado por los años.


Paso cerca de él, admiró mi mascota al decirme que estaba muy bien tenido, yo respondo que lo cuido con mucha dedicación para mantenerlo sano, me contesta que tengo que educarlo bien, “la disciplina es la base del éxito” le pregunto  ¿esta  frase la toma como filosofía de vida? a lo cual me responde” mijo, yo fui militar y allá lo vuelven a uno disciplinado quiera o no quiera, a mí el vicio me controló, pero yo soy como un relojito organizado con mis cosas, por eso me dicen el general, pero para usted soy Jean Claude Van damm, Jean Claude va andando en los huesos”.

Esto me genero bastante gracia, le doy varias vueltas al parque, en el transcurso del recorrido observo como varias personas hacen ejercicio en unas máquinas amarillas, al otro extremo del sitio se divisa el cambuche de “Van Damm”  y cerca de ocho hombres consumiendo “bazuca”, un contraste que muestra el deseo de estar saludable contra el humo del diablo que envuelve el ambiente, ese humo que acaba con la voluntad de la gente, ese humo que trae pobreza, suciedad, sufrimiento y muerte.

      Saliendo del parque me encuentro de nuevo con Van Damm, varios costales con cartón y botellas plásticas ocupaban las manos, ojos desorbitados parecían salirse de sus cuencas, el efecto del “bazuco” se podía observar en los gestos del rostro, lo abordé y le dije que necesitaba escuchar su historia de vida para una serie de crónicas sobre habitantes de la calle,   accede diciéndome “pero me tira la liguita”.


Días después concordamos la cita reuniéndonos en el mismo parque, David Antonio Cardona nació el 11 de abril de 1960, sus primeros pasos los dio en la Comuna Ocho y el Popular Uno, su padre Carlos Cardona fue asesinado en una riña callejera al defender una mujer que era golpeada por su pareja, veinticinco puñaladas en  diferentes partes del cuerpo le causaron la muerte inmediatamente.
Al hablar de su madre se tornó esquivo, fue cortante y una expresión de amargura cubrió su rostro, “ella se fue cuando yo tenía dieciséis años, se comentó en el barrio que le era infiel a mi papá y que nos abandonó por irse detrás de ese tipo, una semana después mi padre fue apuñalado con sevicia, yo quedé con la responsabilidad de mis dos hermanos menores por cuatro meses, luego ellos se fueron a vivir con mi tía Carmen a Bogotá, desde eso no los veo, han pasado treinta ocho  años y aún no sé nada de mi familia.


Desde muy pequeño lustraba los zapatos de personas que se reunían en partes estratégicas como el Parque Berrío y Parque Bolívar, entre canciones de Julio Jaramillo alegraba los días de sus clientes que siempre le pedían entonar los éxitos de este artista, su vida transcurría entre la monotonía y el enorme dolor de haber perdido a su padre.
Cuando cumplió dieciocho años el Ejército llegó ofreciéndole experiencias nuevas que lo marcaron por el resto de su existencia, estuvo en el monte durante un año combatiendo la guerrilla, con tristeza recuerda como fue el asesinato del cabo Mario Toro, “cuando menos pensamos hubo la balacera, el primer tiro que soltó la guerrilla se lo conectaron a mi cabo que iba de primero, el hombre los vio a ellos pero no nos quiso alarmar porque hubiéramos sido más los muertos, el cabo berriondito aguantó ese tiro que se lo pegaron en una costilla de un lado, y le salió al otro, le votaron toda esa tapa, le cogió el bracito que le quedó colgando, el hombre aguantó hasta las siete u ocho de la noche”.



Al regresar del Ejército buscó a Beatriz, la mujer que desde pequeño lo trasnochaba, conformaron una relación desde que él tenía quince años, pero las cosas no eran iguales, Beatriz se había vuelto adicta al “bazuco”, una droga que es el desecho del popular “perico” desecho a su vez de la cocaína, y que es acompañado con ceniza o ladrillo molido para que dé chispa.

Él se encontraba profundamente enamorado de ella, la carrera militar lo esperaba, pero el amor por Beatriz lo obligó a rechazar la propuesta de continuar en esta institución, siempre la encontraba en plazas de vicio, se esforzó por sacarla de este mundo, le ofreció vivienda y un hogar pero todo esto fue inútil, un día comenzaron a tener sexo y Beatriz le dijo que para sentirlo mejor tenía que fumar, de sus senos sacó una pequeña pipa que llevó a su boca y luego puso en la boca de él, acá comenzó su desplome, treinta años después continúa con el vicio del “bazuco” deambulando en busca de plástico y cartón, para poder sostener su terrible adicción.

Mientras sigue hablando juega a la caja de fósforos, esto consiste en que la caja debe caer de forma vertical, si logran hacerlo ganan doscientos pesos, una forma de entretenimiento que siempre va acompañado con la pipa, pasan las horas y la caja rueda y rueda, su día consiste en reciclar, consumir y de nuevo la caja de fósforos lanzar.
Continuando la charla me cuenta que estuvo cuarenta meses en la cárcel por robar, varias veces fue capturado y lo dejaban ir, hasta que llegó el día en que fue judicializado, las manos van al bolsillo de su pantalón, saca un papel blanco, luego fuma cigarrillo y deja que la ceniza crezca, la ceniza va a la pipa y encima el polvo del papel blanco, una bocanada de humo sale e inmediatamente me dice, “esto no se lo deseo a nadie, esto es el diablo, donde hubiera continuando la carrera militar mi historia sería otra”.

El efecto del “bazuco” comenzaba hacer efecto en su cuerpo, la sudoración fue lo primero que noté, decido dejarlo tranquilo, al salir del parque le regalé dos mil pesos cumpliendo con el requisito de la “liguita” pedida, me voy con una tristeza enorme por todas estas personas que están sumergidas en la droga y lo han perdido todo, humo del diablo, ¡maldito humo del diablo!